REFLEXIONES | «NO DEBEMOS SUBESTIMAR LA ESTUPIDEZ HUMANA»
Yuval Noah Harari
P. La gente vuelve a creer que el nacionalismo puede resolver mejor sus problemas…
R. Se equivocan. Los tres mayores desafíos de la humanidad son la guerra nuclear, el cambio climático y la disrupción tecnológica. Sólo pueden afrontarse con cooperación. Ninguna nación puede detener sola el calentamiento global o la guerra nuclear y tampoco regular la bioingeniería o la inteligencia artificial. Si China reduce las emisiones de gases de efecto invernadero mientras Estados Unidos no lo hace, no será suficiente. Igual que si la Unión Europea prohíbe los superhumanos nacidos de la ingeniería genética mientras Rusia o Corea apoyan esta investigación.
P. Es difícil para el ciudadano tener una perspectiva sobre temas tan complejos más aún cuando vivimos rodeados de desinformación.
R. Para protegernos de la desinformación primero debemos conocer nuestras propias debilidades. Los troles [quienes polemizan y difaman en las redes sociales] que se dedican a lanzar noticias falsas siguen el lema dividir y gobernar. Ya sea en los EEUU, Francia o España, ellos intentan encontrar algún fisura para inflamar el pensamiento colectivo. No pueden crear miedo o odio de la nada, pero cuando descubren lo que la gente ya teme y odia, aprietan botones emocionales que disparan nuestra furia.
P. ¿Cómo lo solucionamos?
R. Pongamos el ejemplo de la inmigración. Los troles propagan una noticia falsa sobre inmigrantes que violan a mujeres locales. Como ya estás preparado para creer esas historias, ni siquiera te vas a molestar en contrastar la información. Y, al contrario, si eres de los que crees que las personas que se oponen a la inmigración son idiotas fascistas, los troles te mostrarán una fake new sobre racistas pegando a inmigrantes. Y también te la creerás. Para salvar el sistema democrático, antes es necesario conocer nuestras debilidades, nuestros miedos y nuestros odios.
P. Si la tecnología influye en nuestras elecciones políticas, la automatización va a revolucionar el mercado laboral. ¿Es inevitable la ‘sociedad de inútiles’ que usted predica?
R. Dependerá de lo que hagan individuos y gobiernos. La automatización destruirá algunos trabajos, pero también creará otros nuevos. La pregunta es si la gente tendrá las habilidades para desarrollarlos. Imaginemos a una mujer de 40 años que pierde su trabajo porque un robot lo hace mejor. Obviamente necesitará reciclarse, pero, quién la ayudará mientras lo hace. Para afrontar estos cambios tan bruscos, los gobiernos han de proteger a los humanos, no a los empleos en sí, con formación y prestaciones.
P. Sobre ese ejemplo que ha puesto, ¿cree que en el siglo XXI se alcanzará la igualdad real de género?
R. Es poco probable que hombres y mujeres alcancen la igualdad total. En lugar de una división rígida y binaria, los humanos se moverán cada vez más sobre un amplio espectro de identidades de género. En el futuro, por la mañana podrás ser un hombre heterosexual y por la tarde convertirte en un transexual bisexual en un juego de realidad virtual en 3D.
P. ¿Está en peligro nuestro libre albedrío con el big data?
R. El big data [recolección y análisis de ingentes cantidades de datos para obtener conclusiones concretas] podría derivar en una dictadura digital. En el pasado, nadie tenía suficiente conocimiento biológico ni el poder para hackear personas. Si la Inquisición o la policía secreta franquista le hubiera vigilado día y noche, jamás habría averiguado lo que pensaba. Pero en el futuro, la tecnología sí podrá hacerlo. Gracias a sistemas que combinan biología e inteligencia artificial se podrá manipular a las personas con una eficiencia sin precedentes…
P. Hoy ya hay agentes todopoderosos como Google y Facebook que saben lo que nos gusta…
R. Cualquiera que acumule demasiados datos sin rendir cuentas es demasiado poderoso. Eso es cierto para Google y Facebook, y también lo es para el FSB [servicio de inteligencia ruso] y el Partido Comunista Chino. Los datos se han convertido en el activo más importante del mundo. En la Antigüedad, la tierra era el más importante. La política era una lucha para controlarla y cuando se concentraba en muy pocas manos, la sociedad se dividía en aristócratas y plebeyos. En los últimos 200 años, las máquinas y las fábricas se volvieron más importantes que la tierra, y las luchas políticas se centraron en su dominio. Entonces la sociedad se dividió en capitalistas (pocos) y proletarios (muchos). En el siglo XXI, el bien más preciado va a ser la información. Si ésta es controlada por una élite, la humanidad podría dividirse no en clases, sino en diferentes especies.
P. En Occidente la religión y la ideología han perdido muchísima influencia. ¿Hacia dónde se dirige la moral?
R. La moral significa básicamente tratar de reducir el sufrimiento en el mundo. Los ciudadanos de una sociedad aconfesional se abstienen de asesinar no porque algún libro lo prohíba, sino porque el asesinato inflige inmenso sufrimiento a los seres conscientes. Hay algo profundamente preocupante en las personas que evitan matar sólo porque ‘Dios así lo dice’. Están motivadas por la obediencia en lugar de la compasión,. ¿Qué van a hacer si llegan a creer que su dios ordena matar a herejes, brujas o mujeres? Por supuesto, en ausencia de mandamientos divinos absolutos, la ética secular a menudo se enfrenta a grandes dilemas. ¿Qué sucede cuando la misma acción lastima a una persona pero ayuda a otra? ¿Es ético imponer impuestos altos a los ricos para ayudar a los pobres? ¿Hay que librar una guerra con el fin de eliminar a un dictador sanguinario? Cuando los seculares se plantean estas cuestiones, no se preguntan: ‘¿Qué manda Dios?’. Se sopesan los sentimientos de todas las partes y se busca un camino intermedio que cause el menor daño posible.
P. Sobre la violencia, resulta curioso que en contra de lo que piensa la gente, vivimos en uno de los periodos más pacíficos de la Historia. ¿Veremos el fin de la guerra como la conocemos?
R. Confío en ello, pero como historiador sé que nunca debemos subestimar la estupidez humana.
Jorge Benítez. Periódico EL MUNDO